Antes
ROSALES.
Hasta
1936 la calle mantuvo el nombre de ROSALES.
Este patronímico es muy frecuente en el antiguo Lugar de Arucas y a lo largo de su historia.
Dentro
de lo alcaldes ordinarios del s. XVII es mencionado el Capitán Francisco de Rosales,
que fue elegido para tal empleo dos veces, en 1635 y en 1637. También aparecen
otros vecinos así apellidados, y de cierto renombre, que salpican nuestra
historia local.
Cronológicamente tenemos a Felipe de Rosales, quien
en 1579 aparece como fundador de la Cofradía
de la Vera Cruz en la parroquia de Arucas, que en su condición de principal
impulsor pudo tener su domicilio o bienes inmuebles muy cerca de aquí. «En el
año de 1579 se constituye en la parroquia de Arucas, la Cofradía de la Vera Cruz, de fecunda historia hasta
1830, en que desaparece, como otras, debido a la ruina que les produjo las
leyes desamortizadoras. Felipe de Rosales es su fundador y autor de casi todo
el primer libro, el "Libro Viejo", de la señalada Cofradía, escrito
con elegante caligrafía del siglo XVl. En el citado libro encontramos el dato
siguiente: "1579.— padrón de los cofrades de la santa vera crus desta
villa de Arucas difuntos y Bibos que gozan de las misas y lo demas—primeramente
el Sor. Pedro Seron que sea en gloria.— la sra. doña Sufia de Santa Gadea su
muger"» (CABALLERO MUJICA, F.: Pedro Cerón y el mayorazgo de Arucas,
Las Palmas de GC, 1973, pp. 56-57).
Sobre
la posesión de inmuebles del mencionado está documentado en las cuentas del
mayordomo parroquial Pedro Hernández que «Se
le hace cargo de 5.000 mrs. que son de cuatro pagas del tributo que paga Felipe
de Rosales de las casas que tiene a tributo que fueron de Juan Alonso que son
las del repartimiento que cada una paga, son dos doblas y media» (SÁNCHEZ RODRÍGUEZ, J.: Historia
de la Parroquia de San Juan Bautista de Arucas 1515-1817, Las Palmas de GC,
2013, p. 53). Es también quien en 1585 aparece como prioste de la Cofradía del Santísimo Rosario de la Virgen
y escribano de la relación de capellanías de misas rezadas y cantadas, de donde
se infiere conoce y tiene información completa de los bienes inmuebles dejados
a la fábrica parroquial.
Otro
persona importante es Félix de Rosales, vecino de Arucas
quien en 1647 actúa como amanuense en el reparto escrito de aguas de la Heredad
de Arucas y Firgas, que fue confeccionado por los Alcaldes de Aguas Antonio
Trujillo, Capitán y Familiar del Santo Oficio y Gaspar de Ayala. Fue hecho en
el Pago de los Trapiches conforme a
los datos del Repartidor de aguas Juan Rivero. Este documento fue protocolizado
más tarde, el uno de julio de 1790, por el Escribano Público de Las Palmas,
Andrés Cabrera de León, por orden del Corregidor y Capitán de Guerra Vicente
Cano (ROSALES QUEVEDO, T.: Historia
de la Heredad de Aguas de Arucas y Firgas, Las Palmas de GC, 1977, p. 8).
Con
posterioridad son distintos y numerosos los personajes con este apellido, en su
mayoría vinculados a la Heredad, donde ocuparon diversos cargos de gobierno,
deduciendo por tanto que eran significativos propietarios de tierras y aguas.
En cualquier caso hay que considerar que el topónimo de esta calle está en el grupo
de los más antiguos, de donde debe corresponder a los siglos XVI o XVII.
Tras el golpe
militar y en el inicio de la guerra civil, la Comisión Gestora Municipal
en su sesión de 2 de octubre de 1936 acuerda nominar esta calle a PILAR MEDINA, y paralelamente restituye
el nombre de la calle La Cruz
que había sido rotulada con el nombre de esta señora el 29 de enero de 1933
durante el mandato del alcalde accidental republicano José González Santana,
por la convalecencia de Nicolás Lorenzo Fernández. Conocer de las circunstancias
y de los atributos de las personas que no son coetáneas nuestras, leyendo los
fríos acuerdos resumidos de las sesiones plenarias del Ayuntamiento, siempre es
tarea difícil y puede inducir a errores.
La nominación
hace referencia a Maria del Pilar Medina
Rivero, con una única y pequeña referencia bibliográfica local que se
limita a dar cuenta que era la mujer del terrateniente del Trapiche Rafael María Suárez y Suárez (ZAMORA SÁNCHEZ, J.: La
Obra del Cronista, compilación de Juan Zamora Maldonado, Las Palmas de GC,
2003, p. 346), quien en la primera
mitad del s. XX destacó por sus múltiples iniciativas colaborando
económicamente en asuntos de interés general, como es el caso de la Iglesia del
Trapiche que se levantó por
iniciativa de los vecinos y que sin el apoyo económico de este matrimonio
difícilmente hubiera alcanzado su culminación. La plaza de este singular barrio
construida en 1937 siendo alcalde Bruno Falcón Fernández, fue igualmente nominada
con su nombre.
A Pilar Medina de Suárez como era
conocida, le tocó vivir su propia lucha personal con la enfermedad que arrastró
en los últimos años de su vida, aferrándose a ella y buscando una solución de
continuidad consultando a distintos médicos de renombre en Europa, y en ese
viajar sorprendió a todos la noticia fatal:
«Pilar Medina Rivero ha muerto. Al
amanecer del jueves dejó de existir en Madrid, recién regresada de Suiza, y
cuando se disponía a volver, otra vez, a esta su tierra canaria que tantas
veces dejara circunstancialmente, presa del vértigo que lleno de fecundos
afanes su vida de mujer excepcional... Se quebró su vida en plena juventud,
inexorablemente, dolorosamente, abatida por irreparable mal. Peregrinó por
Europa Pilar Medina, visitó las más celebradas clínicas, confió al final —un
triste final de amarga desesperanza— los ya tenues hilos de su inquieta
existencia a la sabiduría de las eminencias, del dolor físico, mas todo en
vano. Ni su juventud, ni la reciedumbre de su fortaleza, ni su espíritu fuerte
e infantil a la vez, que la confortaba aunado al intenso cariño de su esposo y
de los hijos de su alma, lograron otra cosa que suavizar un poco el tránsito de
esta señora, cuya desaparición lleva a innumerables hogares una honda amargura» (La Provincia, 16-sep-1933).
Su
marido, Rafael María Suárez y Suárez, de mayor edad y con quien se había casado
en segundas nupcias, había fallecido el 14 de enero de 1919, y desde ese
momento Pilar Medina tomó el testigo de la gran actividad agrícola que
desarrollaban, siempre ayudada por sus hijos Rafael, María y Juana Teresa.
Le
toca vivir en tiempos de muchas dificultades en el sector primario, conviviendo
con actitudes "caciquiles"
de los patrones agrarios que mantenían los hábitos de explotar al jornalero de
sol a sol, amparados por el régimen dictatorial impuesto por el General Primo
de Rivera, sin concesiones de mejoras salariales, o derechos para las mujeres
que empaquetaban los plátanos a las que tanto se acercó Pilar Medina, sin
respeto a la edad del menor que por ser hijo de un jornalero venía obligado a
trabajar cuando debería estar en las escuela, y todos, sin derechos algunos a
prestaciones sociales, porque en esos tiempos no existían las mutualidades que
respondían ante los accidentes laborales.
El
comportamiento de esta mujer, era poco frecuente en su época, destacando por su
buen hacer sincero para con las clases más necesitadas, siendo modélica con los
propios jornaleros que trabajan las muchas tierras de la familia. No lo ejercía
por alcanzar el prestigio social, sino por la justicia social, desde la
perspectiva que algo pequeño para sí, podía ser muy importante para otros. Y lo
hacía manteniendo el anonimato, que sólo aquella familia que resultaba
auxiliada con su apoyo económico era quien realmente conocía, respetando así la
intimidad. Trascendía exclusivamente en el entorno de aquellas familias que se
veían auxiliadas.
Su
forma de ser distaba mucho de los habituales ámbitos de la clase alta a la que
pertenecía, y probablemente, a muchos de esos "caciques" no agradaba que rompiera las reglas y jornales
que se seguían en la agricultura isleña. Más aún cuando llegada la Segunda
República los "caciques" radicalizaron
sus posiciones cuando se vieron obligados a constituir mutuas laborales que
garantizaran los accidentes y bajas laborales de sus jornaleros.
Aún
así, mantuvo su condición de empresario o patrón agrario, y participa del
interés general del sector, en aquellos que no lesionan la justicia social. Así
la encontramos en la constitución del Sindicato
Agrícola del Norte de Gran Canaria, entre los primeros firmantes Francisco Gourié, Laureano de Armas, Manuel Hernández
Martín, Pilar Medina, Rafael Suárez (hijo), Manuel del Toro y otros varios
cosecheros exportadores de importancia. Como también, entre aquellos que
hicieron posible la carretera de Tamaraceite
al Puerto de suma necesidad para el
transporte de la fruta al muelle, como recoge el agradecimiento del pleno del
Ayuntamiento de Las Palmas del 2 de abril de 1932 «... de
las obras de la carretera del Puerto, proponiendo que la Corporación haga
constar en acta la gratitud a doña Pilar
Medina, don Manuel del Toro y a don Sixto y don Enrique del Castillo».
Su identificación con el Trapiche no se limitó sólo a la
construcción de la nueva iglesia, pues además donó una «preciosa imagen dé San Rafael acompañado de Tobías» que mantenían
en su casa particular; a ello hay que sumar su permanente preocupación por sus
convecinos dándoles trabajo, ayudas económicas y de todo tipo, inclusive
llevando al Obispo al pago «En este día,
dedicado al descanso, fué objeto por parte de los vecinos de dicho barrio de innumerables
atenciones hospedándose en la amplia y bonita propiedad de la señora doña Pilar
Medina, víuda de don Rafael Mª. Suárez, quien galantemente cedió su casa, para que en
ella habitara su S. I. el tiempo necesario hasta cumplir el sagrado deber».
No resultó extraño que tras
la noticia de su muerte el 15 de septiembre de 1932, aún conociéndose por todos
su grave enfermedad, tan sólo tres días después motivara un editorial de "La Voz Obrera" de Arucas que
empezaba y terminaba con los siguientes párrafos: «Obreras de Gran Canaria: Doña Pilar Medina, la mujer sublime, todo
corazón, que supo derramar el bien a raudales entre los desheredados, sin que
su mano izquierda viera jamás lo que hacía la derecha, ha muerto. (...) Con gusto veríamos que nuestro ilustre
Ayuntamiento que tan pródigo ha sido en la nomenclatura de nuestras Vías ciudadanas,
dedicara una a la ilustre finada, aunque no haga falta para perpetuar su
nombre, pues éste estará grabado eternamente en el corazón de todos».
Conocedora
de que su vida se apagaba dejó escrito el mandato a sus herederos de entregar «un donativo de mil pesetas a la Junta de
beneficencia creada en esta ciudad para socorrer a los pobres que viven de la
caridad pública». Se hacía difícil encontrar un colectivo al que no hubiera
llegado su ayuda, y como evidencia curiosa, al siguiente domingo de su
fallecimiento, 18 de septiembre, los jugadores del Marino Club de Futbol lucieron brazaletes negros en señal de duelo
por la miembro honoraria del club.
El
ayuntamiento de Arucas de la Segunda República toma el acuerdo de poner a su
nombre la calle de La Cruz, y convoca
un acto de homenaje el domingo 29 de enero de 1933, de máxima solemnidad, descubriendo
una placa. Cuenta la crónica que «Desde muy
temprano fué reuniéndose una gran multitud en la esquina de la nueva calle "Pilar
Medina", compuesta en su mayoría por hombres de trabajo, mujeres y
autoridades y representantes de todas las entidades locales. La banda de música
municipal ejecutó el himno de Riego al comenzar el acto descubriéndose la
lápida».
El acto que
estuvo presidido por el convaleciente alcalde de Arucas, Nicolás Lorenzo
Fernández, quien subió a la tribuna para dar la palabra al Teniente alcalde y al «periodista y orador Juan Rodríguez Doreste
[alcalde de Las Palmas 1983-1987], quien hizo el panegírico de la desaparecida.
Se refirió a las luchas del capital y el trabajo, lucha cruenta y constante en
la que los humildes buscan el mejoramiento físico y moral y las reivindicaciones
justas de sus derechos, atropellados por capitalistas sin corazón, ciegos ante el
brillo del dinero, conquistado con el sudor de aquellos a quienes atropella. En
esas luchas —dice—, al igual que en la marcha mecánica de todo lo creado, es
necesario y con frecuencia sucede, que el lubricante alivie el engranaje do la maquinaria
de su perenne rozamiento. Así sucede hasta en el cuerpo humano. En el combate
de clases, el acto que se lleva a cabo es un lubricante en esa lucha, y una demostración
también de que el proletariado sabe ser agradecido y justo, rindiendo con toda
nobleza un tributo a la que supo ser humana en su trato con sus obreros» (La Provincia, 31-ene-1933).
Tras el golpe
militar y al inicio de la guerra civil, la Comisión Gestora Municipal en
su sesión de 2 de octubre de 1936 decide restituir el nombre a la anterior calle de La Cruz revertiendo el
acuerdo republicano y dando el nombre de PILAR
MEDINA a esta calle, sin vinculación aparente con la homenajeada. Pretendían así argumentar que los "rojos" habían desposeído el santo nombre de la "Cruz" a una calle por su
ideario ateo, y ocultando que ninguno de los "caciques" que se decían amigos de Pilar Medina comparecieron en su acto de homenaje.
Y también se ocultó
deliberadamente que la elección de la calle
de la Cruz para dedicársela en
homenaje a Pilar Medina, lo era por
ser la calle flanqueada al poniente por la sede de la Sociedad de Trabajadores, llamada La Atlántida tras la Guerra Civil, y al naciente por la sede de la Federación Obrera, edificio que fue
incautado y conocido después como "Gota
Leche", siendo fijada la placa conmemorativa en la fachada lateral de la
misma por su acreditada personalidad de estar siempre al lado de los trabajadores del campo.
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Fuente:
"Calles con historia como Penny Lane", Parte Tercera de mi libro Silencios
rotos. El desflorillado de la historia aruquense, ed. digital 2012 - MDC
Silencios rotos : el desflorillado de la historia aruquense
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